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El nacimiento de Cruz Roja Española: 160 años de humanidad
01/03/2024
ESCRITO POR:
ENTREVISTA POR:
Cruz Roja
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  • Cruz Roja Española cumple 160 años. Se erigió como un faro de esperanza, guiada por los principios de Neutralidad, Imparcialidad y Humanidad y comprometida a prevenir y aliviar el sufrimiento humano en todas sus formas.   

Habían pasado tres años desde que Henry Dunant, sacudido por los horrores de la batalla de Solferino, pusiera el germen de una organización humanitaria y neutral, dedicada a asistir a los heridos en el campo de batalla, fuese cual fuese su ejército. Aquella chispa se contagió por todo el continente alumbrando asociaciones de socorro y España se convirtió en uno de los primeros países en constituir la suya propia.

El 6 de julio de 1864 nacía Cruz Roja Española a través de una Real Orden de la Reina Isabel II.

El propio Henry Dunant escribió a la Orden de San Juan de Jerusalén (conocida hoy como Orden de Malta) extendiendo una invitación a Ginebra con el objetivo de que formará parte del plan de fundar en todo el mundo asociaciones de socorro que ayudaran a los heridos en campo de batalla. En la concepción de Dunant, estas sociedades estaban principalmente orientadas a actuar en momentos de guerra. Pero ya vislumbró posibilidades para los de paz:
 
"Estas sociedades podrían incluso prestar grandes servicios en épocas de epidemias o cuando sobrevienen desastres como inundaciones, incendios; el móvil filantrópico del que nacerían las impulsaría a que actúen siempre que su acción pueda realizarse"
Recuerdo de Solferino, Henry Dunant
 
Eso es tener visión…

 

Dos figuras fueron decisivas para que aquella delegación española echara a andar. Un médico militar de origen navarro, Nicasio Landa, y el aristócrata y filántropo valenciano, Joaquín Argulló, acudieron a Ginebra en 1863, a la primera conferencia de constitución de lo que sería el Comité internacional de la Cruz Roja (en aquellos momentos denominado Comité internacional de Socorro a los Militares Heridos) junto a otros 13 estados.

Desde ese momento, numerosas gestiones, viajes y reuniones sucedieron entre Ginebra y Madrid antes de que se constituyera la delegación española de Cruz Roja.
 
El 2 de marzo de 1864, se formó una junta organizadora que comenzó a preparar el terreno para lo que meses más tarde sería una realidad: una Organización destinada a cambiar las reglas del juego, primero en el campo de batalla, más tarde en cualquier lugar donde las personas lo necesitasen.
 
Ese mismo año, solo un mes después de la fundación de Cruz Roja Española, tuvo lugar otra fecha histórica. Un acontecimiento que supuso un importante avance para la humanidad.
 
El 22 de agosto, España firmaba el Primer Convenio de Ginebra, un documento en el que, junto a otros 11 países, se comprometían a amparar y proteger a los soldados heridos, así como a las personas y equipamiento dedicados a su cuidado en un conflicto bélico. Un tratado que fue el germen del actual Derecho Internacional Humanitario.

 

Durante esos primeros años, a Cruz Roja Española se la conoció como la “Asociación Internacional de Socorros a Heridos en Campaña de Mar y Tierra. Sección Española”. Una Institución declarada de utilidad pública que fue acogida por la sociedad con esperanza y mucha expectación, como recogen los diarios de la época.

De esto hace ya 160 años.
 
Más de siglo y medio en el que Cruz Roja Española no ha dejado de caminar, extendiendo esa labor humanitaria que soñó Henry Dunant y que fue transmitiéndose entre la sociedad hasta lograr lo que es hoy el mayor movimiento internacional, independiente y voluntario del mundo.

 

Anécdotas de la Historia
 
La historia cuenta que Nicasio Landa, a pesar de su estatus y reconocimiento en la sociedad, nunca dejó que el orgullo o la vanidad se interpusieran en su labor médica. Se dice que una noche, mientras asistía a un elegante baile en la sociedad pamplonesa, fue avisado de que un paciente suyo, de escasos recursos, necesitaba atención urgente. Sin pensarlo, Landa dejó el evento y se dirigió a la casa del enfermo. Al llegar, se dio cuenta de que no tenía su maletín de médico consigo, pero eso no lo detuvo. Utilizó el mandil de baile que aun vestía para improvisar vendajes y atender las necesidades médicas de su paciente.

El mandil, una pieza tan aparentemente básica, acabaría teniendo una relevancia notable en la vida del doctor Landa y le serviría para responder a necesidades sanitarias también en el futuro. Por ejemplo: un problema común de la época en la atención a los heridos en el campo de batalla era, por un lado, su levantamiento para transportarlos a la ambulancia y, por el otro, su retirada hasta el hospital. El doctor Landa observó que los vendajes tradicionales muchas veces eran insuficientes para los cuidados que requerían los soldados heridos y que se necesitaban soluciones que permitieran agilidad y rapidez a la par que cumplieran con la funcionalidad de protección que los heridos requerían. Un mandil, nuevamente, ayudó a resolver la situación: un trozo cuadrado de tela (generalmente algodón), con un palo de madera insertado en ella para mantener su forma y posición, más correas o cordones de cuero unidos a las esquinas de la tela, dieron como resultado el famoso mandil Landa.

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